No sé si le pasará a todo el mundo, pero cuando tengo un mal día no quiero salir de casa.
Como desgraciadamente no siempre puede hacer lo que yo quiero (o dejar de hacer lo que no quiero), si me veo obligada a abandonar la comodidad de mi hogar y la seguridad de mi pijama, acabo cruzando la puerta maquillada como una ídem y vestida como si fuera a una recepción en casa del embajador. Supongo que es una forma de levantar un escudo para escondernos detrás y que no mostrar nuestra debilidad. Aunque atravesar momentos convulsos no sea necesariamente un síntoma de debilidad, si no, una consecuencia inevitable de estar vivo.
Yo hoy me encontré a un conocido en el tren camino de la oficina y me dijo "¿vas a trabajar? cualquiera diría que vas de boda; llevas más producción que la Guerra de las Galaxias". La frase me hizo estallar en carcajadas... Qué bien sienta a veces reírse un poco de uno mismo, sobre todo cuando lo estabas viendo todo negro y pensabas que ibas a irte a la cama esa noche sin haber esbozado la más mínima sonrisa.
Luego, hablando de unas cosas y de otras, me comentó que había leído hace poco, en algún lado, acerca de que en tiempos de crisis suben las ventas de pintalabios rojos. Y me tuve que reír todavía más... Porque el mes pasado nada más cobrar me compré dos lápices de labios rojos, uno permanente (de hecho, un poco demasiado permanente y resulta difícil quitársela si no es con paciencia y un producto específico) y otra que no dura tanto pero tiene un brillo la mar de sentador.
Moraleja: hasta los días grises aclaran un poco si se toman con humor, y con un poco de coquetería que como mínimo alegrará la vista a aquellos que se crucen en nuestro camino durante la jornada.
Un beso, rojo, claro.
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