Esta ciudad está llena de tiendas. Llena de centros comerciales. De preciosos escaparates. De rebajas de mitad de temporada. De pequeños comercios de ropa de segunda mano. Está llena de mujeres que se visten como quieren, que se tiñen el pelo de rosa, que se ponen pestañas postizas para ir al super mercado. Está llena de hombres que usan perfume. Poblada del constante chip-chip-chip de los tacones finos sobre el pavimento. Está llena de abrigos rojos. De bufandas enormes. De tocados imposibles. De labios delineados.
Esta ciudad está llena de luz, incluso cuando llueve. Está llena de ruido. De gente que se encuentra y se acompaña. De gente que bebe, sin importar la hora. Está llena de un tipo de vida que no yo no conocía. Llena de nuevos horarios, nuevas costumbres, nuevos dulces en las panaderías, nueva música, nuevas palabras...
Está ciudad está llena de cosas que aprender, que asimilar, que pasar por los filtros necesarios para hacer que "lo de ellos" sea también en gran medida "lo de uno".
Y cada día me echo a la calle dispuesta a comerme esta ciudad, a aprendérmela, a hacerla mía, a bebérmela hasta la última gota, hasta que deje de parecerme extraña y ajena y ruidosa y a veces incluso un poco hostil. Hasta que deje de dolerme en los ojos esa luz blanquísima que escupen las nubes. Hasta que deje de preguntarme si el sol en serio existe, o lo he soñado.
Esta ciudad está llena de insomnio. De "ya te llamaremos". De yogures light que en realidad no lo son. Y sobre todo, esta ciudad esta llena de nostalgia.
Pero prometo prestar más atención a los abrigos y a los escaparates y menos a todo aquello que echo tanto de menos. Aunque en el fondo nunca haya dejado de mirar lo que se cuece en las tiendas, de reojo, y aunque nunca deje de extrañar todo lo que he dejado atrás.